Guardaba en un cofre de madera decenas de botones, con diferentes formas y colores, con diferentes historias también. En su mayoría difíciles de recordar.
Ella era bonita, y lo sabía. Con sus veinticinco años ya conocía de su propia belleza y notaba lo que provocaba en el resto. Sus admiradores murmuraban una y otra vez lo hermoso que sería tenerla entre sus brazos, aunque fuera sólo una vez. Sudaban al verla, presos del nerviosismo, imaginando pintorescas y eróticas escenas. Envidiaban al viento, el cual acariciaba sus cálidas piernas, jactándose de apresarla siempre bajo la falda. Violeta era bonita, más bonita que cualquiera, simple, aunque no tonta. Para nada tonta. Representaba un bajo porcentaje de la población de chicas bonitas; aquellas que no son para nada ingenuas y saben gozar (y hacer gozar) de lo que Apolo les ha otorgado.
Violeta se había enamorado sólo una vez, de un hombre tan hermoso como ella. Hermoso sólo por fuera, pues fue el interior de este hombre el que martirizó y destruyó el corazón de Violeta. Haciéndolo añicos y torturándolo por el resto de sus días. Fue tan trágico el final de su primer y único romance, que Violeta pasó dos años sin querer mirar a nadie más, sino sólo su reflejo en el espejo del tocador. Aquel que reflejó día y noche una a una sus lágrimas.Fue un día de verano en que sucumbió ante la desesperación y el calor estacional, y el mismo espejo le recordó lo hermosa que era. Quiso expresarlo al mundo, no dejarse abatir por problemas del corazón, sentir y pensar como un hombre, dejando las cursilerías de lado y planteándose directo al objetivo, nada de procesos. Sabía lo que quería y lo necesitaba ahora ya.
Tirada en la acolchada cama de su habitación arrancó ferozmente el pantalón de su acompañante, que comenzaba ya a tomar posición sobre la chica. Se escuchó un tintineó en el suelo, el chico frunció el ceño y ella simplemente sonrió. Se habían conocido en un bar, apaciguando el calor veraniego con una fría cerveza en la barra. Le pidió un cigarrillo y cruzaron algunas palabras y miradas. Sólo eso, algo rápido y fácil, pero placentero y consolador. Y ya decenas de veces practicado. Nunca salía mal. Y a la mañana siguiente el cofre de madera nuevamente era abierto para depositar un fresco botón. Violeta sólo sonreía y se admiraba en el espejo del tocador.