jueves, 14 de julio de 2011

Botones (primera revisión)





Guardaba en un cofre de madera decenas de botones, con diferentes formas y colores, con diferentes historias también. En su mayoría difíciles de recordar.
Ella era bonita, y lo sabía. Con sus veinticinco años ya conocía de su propia belleza y notaba lo que provocaba en el resto. Sus admiradores murmuraban una y otra vez lo hermoso que sería tenerla entre sus brazos, aunque fuera sólo una vez. Sudaban al verla, presos del nerviosismo, imaginando pintorescas y eróticas escenas. Envidiaban al viento, el cual acariciaba sus cálidas piernas, jactándose de apresarla siempre bajo la falda. Violeta era bonita, más bonita que cualquiera, simple, aunque no tonta. Para nada tonta.  Representaba un bajo porcentaje de la población de chicas bonitas;  aquellas que no son para nada ingenuas y saben gozar (y hacer gozar) de lo que Apolo les ha otorgado. 
Violeta se había enamorado sólo una vez, de un hombre tan hermoso como ella. Hermoso sólo por fuera, pues fue el interior de este hombre el que martirizó y destruyó el corazón de Violeta. Haciéndolo añicos y torturándolo por el resto de sus días. Fue tan trágico el final de su primer y único romance, que Violeta pasó dos años sin querer mirar a nadie más, sino sólo su reflejo en el espejo del tocador. Aquel que reflejó día y noche una a una sus lágrimas.
Fue un día de verano en que sucumbió ante la desesperación y el calor estacional, y el mismo espejo  le recordó lo hermosa que era. Quiso expresarlo al mundo, no dejarse abatir por problemas del corazón, sentir y pensar  como un hombre, dejando las cursilerías de lado y planteándose directo al objetivo, nada de procesos. Sabía lo que quería y lo necesitaba ahora ya.

Tirada en la acolchada cama de su habitación arrancó ferozmente el pantalón de su acompañante, que comenzaba ya a tomar  posición sobre la chica. Se escuchó un tintineó en el suelo, el chico frunció el ceño  y ella simplemente sonrió. Se habían conocido en un bar, apaciguando el calor veraniego con una fría cerveza en la barra. Le pidió un cigarrillo y cruzaron algunas palabras y miradas. Sólo eso, algo rápido y fácil, pero placentero y consolador. Y ya decenas de veces practicado. Nunca salía mal. Y a la mañana siguiente el cofre de madera nuevamente era abierto para depositar un fresco botón. Violeta sólo sonreía y se admiraba en el espejo del tocador.
Me gusta saber que existes, para no  inventarte y sentirme aún más psicótica. Saber cómo te llamas, cuántos años tienes y cuánto amas. Me gusta, y no me interesa nada más por el momento. Más adelante descubriremos quizá qué cosas, pero me gusta saber que será contigo, quizá de la mano, quizá con un beso o con un abrazo. Sé que reiremos juntos, si seguimos así, juntos. Ojalá siempre, sé que me adelanto demasiado pero es que ha sido lo más cercano a la perfección en mi ábaco de amores y penurias. El conteo se hace positivo siempre al término del día, y sólo se pueden sacar en limpio sonrisas, suspiros y el brillo en los ojos. ¿Para qué más? ¿Para quererte aún más? Me parece una buena idea. Y si quieres ir lento iré lento, si quieres más prisa, no me importa. Lo haremos, porque en las cosas del corazón mi madre siempre dice que no hay reglamento ni interno ni externo, sólo el nuestro.

Mundo loco

Ahora recién vengo a entender la filosofía postmodernista de un amigo íntimo personal que tenía en la calle, allá en Ñuñoa. Era el mismo barrendero que  Karen veía por su ventana durante las mañanas. Y él mismo que yo veía cuando me iba tempranísimo a práctica en el Hospital. Era extraño, por lo que siempre me pareció interesante. Tenía un sombrero de aventuras, con una pluma inserta en él. Su uniforme laboral denotaba que no era un hombre de aventuras, pero hacía el intento arrastrando  un gran contenedor y barriendo las calles con una gran planta seca a modo de rastrillo-escoba. 
Una vez, me vio llorando, y como los viejitos son bien copuchentos y sabios, me saludó buscando conversación. Escuchó todas las cosas  que contaba, y según él, era como que yo abría la boca y salían hasta seres mitológicos en la conversación. Me dijo que se notaba que era bien desordenada en la vida y en el pensamiento. Algo ya mil veces dicho, y diagnosticado. Lo que más me llamó la atención y ganó el feroz y gigantesco signo de interrogación en mi cara, fue cuando me dijo que si le seguía mirando los zapatos a la gente no iba a ganar nada. Que el modo de caminar de cada persona es cosa de cada uno, y que si querían inventaban cómo caminar. Así que desbanco mi clasificación el muy maldito. No obstante, me dijo que él clasificaba a la gente de otra manera; según cómo se reían: si tiraban su sonrisa para arriba, o si lo hacían para abajo.
Cuando escucho llorar a mi abuela o a mi mamá, me he dado cuenta que lloran de la misma manera, y eso me estresa un poco.  Más encima, no sé para que creen en dioses, si después le preguntan: ¿por qué a mí, dios, por qué?. Y para más remate, mientras ellas sonrién para abajo, yo tengo que ser la más mentirosa del mundo y sonreír para arriba. Y Dios castiga a la gente mentirosa.

 Mundo loco. De todas maneras, me gusta hablar con gente desconocida. 

miércoles, 13 de julio de 2011

Depresión

Don Samuel tuvo cáncer y Antonia, su nieta, también. El de Don Samuel  carcomió su cuerpo  por dentro, lo desintegró por fuera, lo desgastó con cada intervención médica, le impidió cumplir con su vejez soñada y le malgastó ahorros de felicidad. El cáncer de Antonia, le comió la risa, le comió unos kilos, le comió amigos, le comió la consciencia y la inconsciencia. 
Quizás Don Samuel  le contagió el cáncer. Claro que el suyo fue físico, y el de de su nieta psicológico.

Tengo una obsesión grande con las cosas del amor. Y escribir acerca de él.
Una vez leí que uno siempre escribe o habla de lo que no ha resuelto en su vida, y creo que eso me hace pensar mucho. No he llegado a un consenso conmigo misma de si esa frase tiene razón o no, pero igual me deja pensativa.
La mamá de un amigo dice que yo soy muy inteligente como para ser feliz, porque ella cree que "mientras más capo es uno, más imbécil es para ser feliz". De verdad tiene algo de peso, porque no lo piensa sólo ella, sino que Los Prisioneros también.
Si me preguntan qué pienso de todo esto, creo que las cosas llegan a su tiempo. Punto, agradezco tantos malos ratos, pues me hacen más fuerte, aunque al buen Karma se le pase la mano conmigo. pero yo tengo mi propia frase de la vida y es algo que una vez leí en un mural en una calle de Valparaíso: "La vida será como quieras, cuando quieras a la vida".
¿Seamos más que esos amores del cine y televisión? ¿Más que esas cursis melodías de la radio FMdos? Siempre juntos los dos, es mi única condición. Si la dejas, me importaría un poco. Aunque a estas alturas de la vida, restar se me ha hecho cada vez más frecuente. Pero hay pocas costumbres que me hacen sonreír. Por mientras juguemos a encontrar la perfección, hasta cuando la cinta dé. Nada de elásticos.

martes, 12 de julio de 2011

Cof-Cof

Sé que me harás mal, pero quiero que pases a tomar un café. Conmigo. Podré camuflar las mariposas en mi estómago con mi síndrome de colon irritable, y así todo será probablemente más fácil. Un café en verano, me hará sudar, no tanto como cuando mis nervios me atacan y el sudor hace que los vasos caigan deslizados en espirales al suelo. Todo por ti. Lo único que no podré camuflar será el porqué de la invitación. Pero ven a tomar un café, con o sin migo. Ven.

Serpentina

Yo quiero quererte, y ver como cada mañana, se cuela el sol por tus pestañas.  A mi no me importa, ni me interesa tener que esperarte hasta que me den permiso para mandarme a cambiar sola, a mi lo que me preocupa es que quizás la paciencia se te acabe.Yo no quiero que los brazos se nos queden cruzados, no quiero quedarme con la flor en la mano, ni la serpentina en el brazo, porque sería una fiesta verte. Si bien soy de las chicas que se limpia las manos en los pantalones, mis manos no quedaran ni cerca de lo bolsillos, ¿ok?,  eso dejemoslo a los resignados. El día no quiere a la noche, pero repito, yo quiero quererte y si sigues así, con esto te juro que si Jesús tuviera celular lo llamaría para darle las gracias. Me haces tan feliz.

Voy a hacerme un cigarrito

Aunque seas un vicio, y sepa que hay grandes posibilidades de que me hagas mal, te sigo usando como la primera vez. Siempre recordaré nuestra primera vez juntos, fuiste un dulce, un primor. Siento que contigo puedo tener mi minuto de silencio esplendoroso, y mis mil horas de ruido. Me dejas siempre los labios con sabor a ti, con sabor a tu interior y a tu piel. Te adoro tanto guachito, me haces tanto bien. Que se me hace cada vez más difícil dejarte, sobretodo cuando escuchamos All along the watchtower de nuestro Hendrix, junto al tecito, y a la lluvia, ¿verdad que sí?. Te escribiría aún y más, pero se me hizo tarde y debo pasar a buscarte.-

Sueño de una noche de verano

Bebió unas copas demás, y quiso ir a dormir. Era ya bastante tarde, el calor veraniego y  la exuberante potencia del minicomponente le agobiaba. Sus pies hacían un vaivén bajo la mesa, y sus manos sudorosas ignoraban el ofrecimiento de otra copa. Se sentía abatida, pues dudaba de cómo llegaría  a su casa, o por lo menos al portón.  El lugar más seguro para ella en ese momento. Sabía que había llegado con amigos. Sólo que no sabía de su paradero. Debían de andar por las cercanías, quizá en un estado aún más deplorable que el suyo. Quiso realizar una llamada. Titubeó, pues sabía que además de despertar a esa persona, despertaría algo en ella. No le importaba, ya estaba bastante borracha como para ahogar sentimientos y para no recordar nada al otro día. Se levantó y perdió el equilibrio, no obstante la ayuda de una silla impidió su llegada de bruces al suelo. Miró alrededor, observando discretamente para notar si alguien se había dado cuenta de su percance. No, nadie, todo el mundo bailaba al ritmo de unas pegajosas melodías que emergían de cuatro parlantes localizados , como ella sentía; en su cabeza. Caminó siguiendo la entrada del viento, que limpiaría algo de su embriaguez. Salió a la oscuridad de la noche, y se encontró con que la gente de la fiesta también estaba repartida afuera. Buscó, un lugar apartado. Un banca sola, genial, podría sentarse, estirarse un tanto, tomar aire relajadamente, y realizar aquella llamada. Primero, encendió un cigarrillo y aspiró dos veces. Marcó el nombre del destinatario de aquella llamada, y se dispuso a esperar el tono. Uno, dos... Nada. Buzón de voz. No tenía ganas de hablar con la operadora, ni de dejar rastros de su arrepentimiento en un buzón que quizás jamás escucharía. Demonios. Baciló un tanto. Quizás su amado, estaría en el baño, o en la ducha, y no alcanzó a contestar. Llamaría luego, al ver la llamada perdida. Tal vez no. Es una mala idea esperar. Miró su cigarro, la ceniza se apoderaba del cilíndrico cuerpo. Decidió intentarlo de nuevo. Había tono; uno, dos... De pronto,tras su espalda en medio de la oscuridad se escuchó un ringtone; uno, dos...No se detenía.  Otro descorazonado, como yo, pensó la chica. Comenzó a escuchar unos pasos que venían hacía ella, y temblando se alzó del asiento. Frente a ella, parado con el corazón a mil palpitaciones por segundo, estaba un hombre con un celular sonando. Ella cortó la llamada de su celular, y el teléfono del chico, dejó de sonar.

El payaso del siglo XXI

En las ruidosas y heladas mañanas de la gran capital,  en la estación de metro Irarrázabal aparece colorido y musical, el ser que por tanto tiempo formó parte de mis más crudas pesadillas. El payaso.
Saluda alegremente a los que por ahí estresados y contra el tiempo pasan, tratando de sacar notas musicales de un serrucho que deliberada y sincronizadamente  mueve. No espera una respuesta, ni siquiera sacar sonrisas ya que pertenece a la raza de payasos del siglo XXI, quiénes se conforman con sorprender y cambiar la rutina de una mañana. Si alguna moneda arranca del bolsillo de alguna persona, aún mejor. Pero no es el objetivo.
Cierto día en que atrasada iba, sin ánimos de llegar temprano, me deslicé en bajada como ánima por la escalera de la estación y lo vi de nuevo. No me dio miedo. Nadie lo "pescaba", todos pendientes y centrados en sí mismos. Mezquinos. Corrí esquivando a los transeúntes y me ubiqué a su izquierda, se volvió hacia mí, le miré sin pestañear, le sonreí y antes de que pensará en mi locura y extrañeza. Le dije "hola". Y le di la mano. Me miró extrañado, sonrió e hizo el gesto de darme cien pesos.
Ya no le tengo miedo a tantas cosas, y vaya que la lista era larga.

Octubre


Se puso de pie, giró de un  movimiento veloz sobre sus pies  y apagó el cigarrillo en el improvisado cenicero - Me gusta esta canción de Led- Subió el volumen, y comenzó a quitarse el pijama percudido, lenta y tortuosamente. Frente al espejo divisó su huesuda figura, sus caderas y costillas. Aquellas que meses atrás, componían un armonioso y bien dotado cuerpo. Ahora podía meterse en los delgados trajes que usara tiempo atrás, o quizá ser mejor que esas famosas modelos extranjeras. No sabía porque lo hacía, o por qué lo había dejado de hacer. No tenía hambre de nada. Absolutamente, de nada. - Menudo lío- dijo y se puso la toalla de baño. Se dirigió a la ducha, y se sumergió bajo la lluvia de vaporosa y tibia agua. Sus ojos también se tiñeron de tibia agua, no sólo saliente de la ducha sino de sus ojos,  ya no quería vivir, ese era el problema, quizás más urgente. Era aquello que la dejaba sin aliento a veces, lo que la hacía despertar y querer seguir durmiendo en un profundo sueño. Aquello que varías veces, incendió momentos e hizo, que ya no amara su vida.

Groupie

Corría el viento raudo y veloz una tarde de verano. Sentada en la escalera, a oscuras,  la cabeza apoyada en la pared de madera antigua. Suena una musical melodía en el teléfono móvil y despabilando sutilmente sus ojos marrones de amplias ilusiones y pestañas, contesta con voz baja. Dicen que han de juntarse, responde que sí. Y es que era de esperarse, pues no se habían visto hace tiempo. Cientos de kilómetros separaban una amistad y ahora se revertía la situación haciendo caso omiso al tiempo que corría como reloj enfurecido. Queda de pasar a ser buscada por su amigo de la vida, aquel en que depositaba algo más que una vago querer; ya se sabía que la hermandad cobraba vida en su palpitar. Sucede algo; menciona, imagina situaciones pocas y muy probables. No lo puede creer, él está aquí. Nuevamente. Él. Y también ha de venir por ella. Ella lo intuía, a sus 18 años era capaz de predecir algo más que sus ciclos menstruales. O  la talla que envolviera sus suaves y armoniosos pechos, junto a aquel secreto lunar que robara la emoción de sólo un espejo. Aquel que reflejará sus más íntimos y crudos sentimientos. Los que se encontraban en un estado de PAUSE, ya que la muchacha no quería darle STOP. Nuevamente se volvería a marchar, emprendiendo rumbo a sus musicales rutas. Quizás habría un feliz final, quizás no. Pero lo que sintió al saberlo a unos metros de ella; desató un fuego inmenso que se albergaba en el fondo de su seno, y comenzaba a recorrer cada tramo de su cuerpo. Quemando con dolor y cruda pasión cada trozo de su ser. Haciendo explotar en la superficie de su piel como un torbellino infernal que desataba mil mariposas de fuego. Las podía sentir en los puntos más sensibles de su femenina identidad. Estaban allí, y ella sabía que no había límite. Había probado tantas veces su sabor y necesitaba hacerlo una vez más. Lo había extrañado, en cuerpo y alma. Lo había soñado, una, dos, tres, infinitas veces y quería tenerlo entre sus brazos cuanto tiempo fuese posible. Se había enamorado como se enamoran todas las mujeres inteligentes. Como una  idiota.
Necesitaba verse deseable, se puso perfume en los lugares que más le quemaban tratando de apaciguar el calor que allí emanaba. Vistió un delicado vestido azul y café que jugaba con sus suaves ojos, y colocó unos pequeños y perfectos aretes que sabía llamarían la atención de su amante. Deseable, una palabra, de pocas sílabas.
Se encontraron, fueron nuevamente presentados por el amigo en común, se miraron y trataron de descubrir que cosas habían cambiado en ellos. No había nada distinto. Todo seguía en su lugar, al menos lo físico. No obstante, la muchacha exhibía un brillo extraño frente a los ojos de aquel músico. Necesitaba ser deseada, y él ocultaba el palpitar de su musculatura bajo su desgastada casaca de cuero, aquella que había sobrevivido tantos conflictos.
Necesitaba ser deseada, y ella contaba las partículas de polvo fervientemente, tratando de no caer en la desesperación de esperar uno de aquellos perfectos momentos en que ambos quedaran solos. Creía volverse loca de la espera y jugaba con sus largos y pálidos dedos.
Sin embargo, el músico la ansiaba fogozamente. Y vaya que la deseaba, así y más aún de lo que ella lo deseaba.

Comienzo o fin.-

Al llegar al andén, se lamentó de no haber alcanzado el metro de inmediato. Debía de esperar el siguiente, pero necesitaba salir de esa maldita estación cuanto antes. Le habían roto el corazón de la forma más cruel posible, con cuchillo y tenedor. Con aliños y salsas de colección. Otra vez. Una, dos y tres veces. Ya era tarde para aprender. Apareció el metro y en cuanto se abrieron las puertas, se deslizó hasta un asiento en el fondo del vagón. Se despidió del  amargo y destruido reflejo que se albergaba en la ventana, con un susurrado "adiós".Las puertas del vagón se cerraron  emprendiendo rumbo hacia la siguiente estación. Un comienzo o un fin. No lo sabía.