martes, 29 de noviembre de 2011

Un final.-

Ya no quería más puntos finales. Estaba harto de mendigar finales abiertos. Apresuró el paso hacia el poniente, bajando por la Alameda pasando el cerro Santa Lucía. Ahí, imponente y majestuosa la Biblioteca Nacional. Entró a paso firme, con los ojos poseídos. Tomó un libro gordo de tapas rojas y arrancó sin piedad la última hoja. Sin ser descubierto, ubicó de nuevo el libro en el estante suspirando incrédulo del atentado literario que acababa de cometer. Lo sorprendió el alivio que sentía al dejar a más de un lector sin conocer el desenlace de ese texto. Y fue así como tarde tras tarde, limpiaba las bibliotecas de Santiago. Como decía él; las limpiaba de ideas erróneas impuestas por los escritores,  de que todo debe tener un final.