miércoles, 29 de diciembre de 2010

El Colgado

Los zapatos azabache, hacían girones en el aire;  zigzagueando hacia delante, hacia atrás, hacia la izquierda  y hacia la derecha. El movimiento era variado y suave, armonizándose  con la tibia melodía del viento en esa mañana de abril.  La humedad se había llevado el brillo del calzado, y la pulcritud del traje color caqui. 
Desteñía en ese ambiente, pero era lo que debía ser. Nunca se había sentido partícipe de vidas ajenas. Y ahora, nunca más volvería a repetir aquella frasesita cliché de: "morir en el intento".
Insectos carroñeros revoloteaban a su alrededor , exprimiendo gustosos cada gota del preciado líquido rojo. Se debía aprovechar está ocasión. El sacrificio había obrado en pro de la naturaleza. Eso él no lo sabía, ni jamás lo imaginó. Esto, lo supieron todos los que asistieron a la cena esa noche de abril,  desgarrando una a una sus partes.
Los zapatos lograron caer y ser devorados por el tiempo. A la espera; el árbol crujió fuertemente en señal de sed. Necesitaba más. Y los invitados aullaron rompiendo el ceremonioso silencio. También necesitaba más.
El cuerpo no sería testigo de una muerte planeada. No quedaba más que unos zapatos elegantes y ahora presos de la humedad. Su ropaje arañado se esparcía en el fangoso suelo.
Por estas cosas naturales, que los mezquinos de sus carnes y líquidos,  no han vuelto a colgar de árboles. Porque a pesar de todo, desean ser encontrados una vez perpetrada la acción y perdido el enigmático juego del colgado. 

Estúpida

Comenzó de a poco y fue creciendo escondido. Se volvio cotidiano como las ideas en los hogares, no cambió ni pensaba en hacerlo y con el tiempo se disfrazaba de bonitas explociones con toques sanguinolentos y un poco de aromas festivos. Es un placer volverte a ver. Una fiesta. Me pongo alerta y evito salir corriendo despavorida.  Llámame cobarde o imbécil; da lo mismo cuando el resultado es tranquilizador y vuelve bien mi día. Tengo más excusas para llegar tarde a mi casa en la semana y para levantarme temprano un  domingo.  La primera vez dije que no quería nada más que  supieras  que, me encantas. No me iré sin nada esta vez. La planta vuelve a sus raíces para crecer de nuevo.

Veintiuno

Cuando cumplió 21 años, se encontró llena de festejos no acordes al sentimiento que guardaba en su interior. Amigos, familia, conocidos y desconocidos, saludaban a su otro y falso yo. No quedaba más que poner los labios arqueados hacia arriba y fingir emitir algún sonido similar a una risa, carcajada o lo que fuera.
Llegó el momento más esperado de la espontánea ceremonia; la torta. Velas, fuego. Todo perfecto para invocar el deseo más oculto de su corazón. Cantaron la amena y clásica canción de los cumpleaños. Rodó una pequeña lágrima, imperceptible para el momento. Solicitaron los tres deseos previos a soplar. Y ahí estaba ella, con el mundo a sus pies, y tres deseos que pedir. Pero ella tenía sólo uno. Del cual podían desprenderse dos más y dejar contento a su público. Se concentró y pensó en estos tres deseos, todos tan distintos y similares a la
vez. Todos tan hermosos y horrorosos a la vez... Dejó que el viento que expelía por su boca en forma de "u" apagará las velas. De la nada, sin nadie preguntar, comenzó a dar las gracias a todos, a los que incluso no habían venido. a aquellos que ni siquiera conocía. Contó también sus tres deseos: Vida, amor y felicidad.
Dicen que si dejas que otros escuchen tus deseos, éstos no serán cumplidos... Y ella sonrió, sin dificultades, sonrió.