miércoles, 29 de diciembre de 2010

Veintiuno

Cuando cumplió 21 años, se encontró llena de festejos no acordes al sentimiento que guardaba en su interior. Amigos, familia, conocidos y desconocidos, saludaban a su otro y falso yo. No quedaba más que poner los labios arqueados hacia arriba y fingir emitir algún sonido similar a una risa, carcajada o lo que fuera.
Llegó el momento más esperado de la espontánea ceremonia; la torta. Velas, fuego. Todo perfecto para invocar el deseo más oculto de su corazón. Cantaron la amena y clásica canción de los cumpleaños. Rodó una pequeña lágrima, imperceptible para el momento. Solicitaron los tres deseos previos a soplar. Y ahí estaba ella, con el mundo a sus pies, y tres deseos que pedir. Pero ella tenía sólo uno. Del cual podían desprenderse dos más y dejar contento a su público. Se concentró y pensó en estos tres deseos, todos tan distintos y similares a la
vez. Todos tan hermosos y horrorosos a la vez... Dejó que el viento que expelía por su boca en forma de "u" apagará las velas. De la nada, sin nadie preguntar, comenzó a dar las gracias a todos, a los que incluso no habían venido. a aquellos que ni siquiera conocía. Contó también sus tres deseos: Vida, amor y felicidad.
Dicen que si dejas que otros escuchen tus deseos, éstos no serán cumplidos... Y ella sonrió, sin dificultades, sonrió.

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